Desde hace un tiempo llevo reflexionando sobre lo difícil que tiene que ser para un creyente poder ejercer su derecho al voto en unas elecciones, principalmente a nivel autonómico y nacional. Cada vez hay, por suerte, más partidos políticos donde elegir, con lo que el bipartidismo tiende, en teoría, a desaparecer. Pero para la disyuntiva que se presenta tampoco esto lo soluciona, no por más partidos se tienen más opciones, porque los unos tienden a ser replica de los otros, y sus diferencias son mínimas en lo esencial.
Hay partidos más sociales, otros más liberales, y aquellos más conservadores, pero que con tantos, ninguno encaja con mis principios y valores; los unos reniegan de Dios y los otros no consideran al prójimo. Si no amas a uno no puedes amar al otro, y si amas al uno hace que ames al otro.
Para mi renegar o no aceptar a Dios es apoyar, fomentar o proponer leyes que van en contra de su Palabra y/o directamente negar su existencia. Y no considerar al prójimo es no tener conciencia social, solidaridad, empatía, en definitiva amor por el otro, sin acepción de personas.
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Otro motivo de duda es que al final, nuestros gobiernos y gobernantes, se postran ante sus Baales (instituciones internacionales), a quienes rinden pleitesía, ofreciendo en sacrificio a sus propios pueblos, que en definitiva sufren las consecuencias de sus políticas de recortes, siendo más importante cumplir con la deuda que verlos morir de inanición y sin un hogar donde refugiarse.
Con estas palabras no hay intención de influenciar ni de juzgar a nadie, es simplemente una reflexión en voz alta de algo que me ronda por la cabeza. En definitiva es un año donde votar a algún partido será muy complicado y difícil para un creyente.
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